El fuego del Tambo

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El fuego del Tambo

El elegido.


Manu, te conocí en un río cerca del litoral del sur; brillabas sobre las piedras que se deslizaban con tu presencia hermoseando el valle del Tambo,  destellabas sensaciones como la gaviota más hermosa que caminaba desde la playa, moviendo tu mata de pelo retabas al palomar de morenas, canela de dos corazones en el pecho mirabas desde el negro de tus ojos aguileños con la seriedad que tiene el fuego, luego de quemarte sin tocarte, sin piedad.

Recuerdo esa voz de si menor en soledad, acorde dulce combinación con la atención de tu ojeada me cortabas en pedazos antes que pueda acercarme. Manu, después de todo bajabas la mirada hacia los pies, pantera asustada, sabedora de la distancia, me mirabas como al pecado pensando en la última obertura, hasta que el fuego del Tambo pierda la luz y se quede en el pecho ardiendo para siempre. Flor de cannabis, raras eran tus palabras en las cenas, solo esperabas el momento de cruzar el umbral de la selva de pavimentos hacia la oscuridad que ardía, donde nos cubríamos hasta explotar en el altar de la jauría de nuestros deseos más caninos. 

Manu, al día siguiente nos mirábamos como extraños trabajando en el cauce del río de piedras que cruza el Tambo, dos obreros más de su ayuntamiento cuando la jornada nos azotaba de sol salvaje, prisioneros de la muchedumbre, nuestras pasiones se encerraban encadenadas en el equipaje más oculto de nuestros adentros. ¿Por qué nos ocultábamos Manu? ¿Lo recuerdas? sería porque tu eras la obrera y yo el capataz que dirigía a tu cuadrilla con la seriedad de un soldado inmaculado, ordenando y gritando cómo general al gentío que trabajaba donde tu reinabas. O será que fuimos cobardes Manu, encadenados al lastre del trabajo, cuando a mis espaldas me llamaban ingeniero, soltero que no conocía la luz que se esconde debajo de las faldas antes de tu amanecer volcánico, cuando enviaste a un niño para hablarme Manu. Tu mensaje decía, eres el elegido y con ese guiño quedé embrujado mientras a mi lado el pequeño mensajero se reía como el carcelero de la lujuria que nos atrapaba en esa semana santa que empezaba. 

Cuando la nostalgia me ataca desaparezco hasta esos días y El Tambo en melodía me resuena en la cabeza. Solo faltaba una botella de vino, un encuentro furtivo con pocas palabras, escondidos en la cocina donde forcejeamos sin amarnos hasta que caímos sobre el piso de losetas heladas que ardieron con nosotros cuando nos detuvimos, entonces las hadas nos rodeaban con un canto alegre una noche antes de Viernes Santo, cuando miro atrás quebranto, todo tiembla y la mente chaspea para verlo desde que El Tambo me hizo el amor literariamente porque era urgente hacerlo.

Para dejar atrás la mocedad
se mira libertad con la belleza
deslizan a los dedos las cerezas
y el romance deja de ser poema

nunca se habla cuando los cuerpos queman
si blasfemia es más dulce que pureza
si a la bestia le reza la fineza
cuando labios encuentran su mitad

Todo es adicción muere la tristeza
realidad más pura en sensación
la verdad que vale abre de humedad

cuando viví feliz sin mi cabeza
cuando me alejé por esa razón 
raudo pero contra mi voluntad.


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2 comentarios

  1. Amigo Arturo, un relato que envuelve y cuenta, me admira como abarcas tanta prosa en un verso ajustado, felicidades

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  2. Hola Fabrizzio, gracias por el comentario, un abrazo.

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